“…En el centro de su vasto y decisivo trance

a medio camino entre su yo libre y su caído yo,

intercediendo entre el día de Dios y la noche mortal,

aceptando la adoración como su única ley,

aceptando el gozo como única causa de las cosas,

renunciando a la austera alegría que nadie puede compartir,

renunciando a la calma que vive por la calma sólo,

se volvía hacia aquella por quien quería existir…”