Se llega a un punto en el que arrecian las dificultades a la vez que se establece una base sólida de Presencia Divina. Un momento en el que se requiere elegir de forma continuada el gobierno de la Consciencia frente a lo que acostumbramos llamar “natural”.

Las cosas “graciosamente satisfactorias” propias de nuestra condición semianimal se revisten de un atractivo prístino, virginal, como para que la elección se haga frente a la versión más luminosa “inocente” y atractiva de la vieja forma de estar en el mundo, dando por hecho que lo “natural” es lo correcto, lo bueno, lo saludable en todo caso.

Ese natural es el estado que estamos en vías de dejar atrás de forma perentoria. Ya no tiene la sanción del Alma para todo aquel que ha visto algo, que ha vislumbrado de algún modo lo que viene.

Es un momento fuerte, porque es el planeta y de alguna manera el Cosmos, a través nuestro, el que está en proceso de verse, de vivirse de forma profundamente novedosa.

La evolución, eso tan natural, es así. Cuando un elemento, un principio nuevo entra en el ámbito terrestre, todo se desorganiza para dar cabida a lo nuevo. Así la oscura Nada dejó paso a la materia, la materia tuvo que despertar a la vida, la vida ser domeñada por la mente… y ahora lo natural es que la mente se pliega silenciosa ante la Consciencia naciente. Siempre es una revolución, y una «catástrofe» a los ojos de la vieja forma. La diferencia entre los cambios anteriores y el que está en curso es que hay elementos conscientes testigos del cambio, nosotros. Y podemos colaborar.

Estamos llamados a vivir ese paso con intrépida calma, aceptando lo que se viene a cada quién en su devenir, que siempre será “su” devenir aunque forme parte de un acontecimiento colectivo.

Esta aceptación sin condiciones, que supone una cesión activa del control al Devenir mismo (por parte del elemento controlador de la etapa que termina: la mente) es la que ahora tiene la sanción del Alma y por tanto la que, en medio del fragor del cambio, permite vivir en armonía con todo y todos.

El “natural” naciente es de otro orden de realidad. La confrontación, la lucha por sobrevivir dan paso a una clase de Armonía incomprensible para la mente, que es esencialmente polar.

Es por eso que lo que tiene una mentalización escasa responde con mayor rapidez a la nueva vibración que impregna la atmósfera. Los animales, las plantas, ya están dando muestras de una receptividad intensa a este nuevo estado de Consciencia planetario, que va dosificando su fuerza transformadora para no causar demasiados estragos en lo que se agarra al pasado.

Podemos ver gente jugando con tiburones en su medio natural o dejando que arañas paseen por sus brazos… Los niños vienen con una consciencia muy superior a sus padres, que más que educarlos, se convierten en asombrados acompañantes y aprendices de mundo nuevo…

No es posible dar receta alguna para este proceso porque tiene la particularidad de ser único e intransferible para cada individuo. Exponer de algún modo como le va a uno, si que puede estimular o ser de ayuda a otros en su maravillosamente propio proceso.

Todo es Camino.