Una mirada

Miro los cristales que tengo aquí, variedades de cuarzo la mayoría. Siento, más que pienso, el infinito orden que albergan; trillones de átomos asociados en un esquema repetitivo pero creciente, vibrantes, ¡vivos!…

Enseguida recuerdo los sistemas de cristalización, y de ahí paso al científico que tuvo la aguda intuición para describirlos y me regocijo ante el descubrimiento, inmerso en la actitud verdadera, espontánea ante el descubrimiento:

En primer lugar, reconozco que eso que descubro, Es. ¡Ya Es!.

En segundo lugar, eso que describo, eso que descubro, ha tenido la Posibilidad de ser.

En tercer lugar, eso que observo, que me maravilla, ha tenido la Voluntad y el gusto de ser lo que es y no otra cosa, y no otra forma…

Hay un reconocimiento, un reconocerse a sí mismo en eso y postrarse ante su belleza, que es la tuya propia, pues al fin y al cabo eres un poco de materia que, complejizada infinitamente más que el propio cristal reconoce en él esa misma Voluntad de ser que advierte en sí misma.

Así, la descripción de la Naturaleza, la ciencia, se convierte en una puerta abierta al gozo, simplemente es luz y gozo, expresión del Ser Psíquico, una forma de mente que no pierde, no puede perder, por su propia esencia, su consciencia de Unidad con el Todo.

Cuando se ha gustado aunque sea brevemente de la forma verdadera de acercarse a la Naturaleza, simple, abierta a la sorpresa, re-conocida, contactada íntimamente, venerada, amada, se produce una pena infinita al recaer en el modo común de observar el mundo, distante, rígido, frio, extraño, interpretado, no contactado, como si el observador fuera ajeno a ello. La ciencia de la edad de Hierro (de la que estamos saliendo) es una cárcel para el alma, un “evangelio de la muerte” donde se constriñe lo observado a unas leyes frías, inexorables, fruto de un “azar” todopoderoso, es decir, de una ignorancia querida, y se mata al verdadero observador. Solo el declinante poder de un sortilegio mantiene aun al ser humano uncido a esta forma superficial, auto-escindida y terrible de mirar el mundo.

Cultivo pues la mirada simple, la mirada nueva, la alegría de ser porque si, en una perfecta continuidad entre el adentro y el afuera.