“…Era como si ahora debiera pagar su deuda,

su vana presunción de existir y pensar,

a alguna brillante Maya que concibió su alma.

Sobre todo redimir con interminables dolores,

su profundo pecado original, la voluntad de ser

y el último pecado, el mayor, el orgullo espiritual,

que, hecha de barro, se igualara con el cielo,

desdeñara el gusano retorciéndose en el cieno…”