“…Una poderosa transformación le sobrevino.

Un halo de la deidad interior,

el resplandor de lo Inmortal que había iluminado su faz,

desbordando convirtió el aire en un luminoso mar.

En un flamígero momento de apocalipsis

la Encarnación apartó el velo.

Pequeña figura en el infinito

sin embargo permanecía y parecía la propia casa del Eterno,

como si el centro del mundo fuera su propia alma

y todo el inmenso espacio no fuera sino su ropaje exterior…”