“…Una suave premura celestial sorprendía la sangre

rica en instinto de los sensuales gozos de Dios;

revelada en la belleza, había por doquier una cadencia

insistiendo en el estremecido rapto de la vida:

movimientos inmortales tocaban las fugaces horas.

Una rebosante divina intensidad del sentido

hacía incluso del respirar un placer apasionado;

todas las voces y las miradas todas tejían un único encanto…”