“…Permanecía en el amplio abraza desnudo del cielo,

las radiantes bendiciones de la luz solar estrechaban mi faz,

el argentino éxtasis de rayos de luna por la noche

besaba mis suaves párpados al dormir. Las mañanas de la tierra eran mías;

atraído por los quedos murmullos de las horas vestidas de verde

vagabundeaba perdido en los bosques, predispuesto a la voz

de los vientos y de las aguas, compañero de la alegría del sol,

oyente de la palabra universal:

mi espíritu satisfecho en mi interior sabedor

de nuestra divina primogenitura, daba exuberancia a nuestra vida

cuyas más estrechas pertenencias son la tierra y los cielos…”