“…Un comedido espíritu vigilante gobernaba la vida:

sus actos eran herramientas de reflexivo pensamiento,

demasiado fríos como para inflamarse e inflamar al mundo,

no un espontáneo reflejo del yo, un indicio del ser y sus talantes,

no un vuelo del consciente espíritu, un sacramento

de comunión de la vida con el silente Supremo

o su puro movimiento sobre el camino de lo Eterno…”